Este verano he podido disfrutar, no sin terminar agotada, de un curso magnífico de modificación de conducta de Animal Nature, impartido por Carlos Bueren.
Sumergida en el adiestramiento en positivo y comentando un ejercicio concreto, llegó la pregunta: «¿Es que tú nunca regañas a tus perros?» Y tras unos segundos, Carlos respondió: «No».
Es cierto que todos los que adoramos la profesión de adiestradores y todos aquellos que tenemos ética y sensibilidad, sabemos que adiestrar en positivo es el camino correcto. Sin embargo una contestación tan rotunda como esta me hizo pensar, desde entonces, en multitud de situaciones en las que, llegado a un extremo, no veía más salida que tener que decir un «NO» a un perro a modo de corrección. Y cuantas más situaciones me venían a la mente, más me he esforzado por buscar la solución para no tener que decirlo…
Y poco a poco en mi cabeza algo ha ido cambiando hasta comprender exactamente lo que es el positivo puro. Y digo que ha ido cambiando porque, pensando fríamente en el tema, vivimos en un mundo que en realidad no permite enseñar en positivo, ni a nuestros niños, ni a nuestros padres o amigos, ni por supuesto a nuestros animales. Y si lo permite, no seamos extremistas, desde luego no lo aprueba con buenos ojos. Casi todas nuestras relaciones están regidas por lo que se debe y lo que no se debe hacer, lo bueno y lo malo, la decisión correcta y la errónea, y realmente lo extrapolamos a todos los campos de nuestra vida.
El cambio me ha resultado sorprendente. Es verdad que para no decir «NO» hay que trabajar mucho más, no es el camino más fácil, pero es el que mayor satisfacción me está reportando. Darle al perro la posibilidad de elegir, es precisamente que pueda elegir, y en la mano del entrenador canino está la maestría de que la balanza caiga del lado que nos interesa.
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