Es realmente increíble cómo las cosas se pueden tergiversar y, a pesar de ser una y otra vez explicadas, se continúe haciendo referencia a ellas de manera errónea. Este es el caso de la «teoría de la dominancia» y de los machos o hembras «alfa«. Tanto es así que hoy por hoy se continúan formando adiestradores y dando clases a particulares bajo esta teoría errónea de que hay que convertirse en el «líder de la manada», dominar al perro y de que además todas las interacciones que el perro tiene con otros canes está basada en este principio.
Sin embargo, no hay más que ver por tiempo un poco prolongado los comportamientos de varios perros conviviendo juntos para empezar a preguntarse: ¿pero cuál de los dos es el dominante? ¿por qué a veces A gruñe a B y GANA y otras veces B gruñe a A y también GANA? ¿por qué no noto diferencia en la actitud del perro si come antes o después que yo? Algo está claro que no hemos llegado a entender de lo que nos han contado de la dominancia y la jerarquía de los perros domésticos.
¿Cómo comenzó el mito?
Hablamos de 1970, cuando David L. Mech publicó un libro llamado «El Lobo. Ecología y comportamiento de una especie en extinción« sobre la sociedad y la jerarquía en la que se establecían los lobos, denominando al «macho dominante» como alfa, así como a la hembra emparentada con éste, dominante también. Mech hacía referencia a los lobos (que no a los perros) y además, como más tarde él mismo y otros muchos aclararon, el estudio se hizo con lobos en cautividad, no en su hábitat natural, desvirtuando así los datos obtenidos del estudio.
A partir de ahí, el modelo se trasladó sin motivo para justificar el comportamiento de los perros (canis lupus) y de ahí hasta hoy, lo que ya conocemos y que está aún en boca de muchos: perro dominante – perro sumiso.
Si no hay dominancia, ¿cómo establecen sus relaciones los perros domésticos?
En 2003, Alexandra Semyonova publicó lo que en 2006 pasaría a tener el nombre de «The Social Organization of the Domestic Dog: A Longitudinal Study of Domestic Canine Behavior and the Ontogeny of Domestic Canine Social Systems«. Sin ánimo de repetir palabra por palabra lo que este estudio muestra, pues sería extremadamnete largo para plasmar en un artículo de un blog, sí me gustaría traer algunas ideas de él.
- Los perros no son lobos.
- No es necesario tener una relación de «líder – subordinado» con nuestros perros.
- Los perros se apoyan en la confianza y no en la dominación.
- La primera regla de la mayoría de los perros es la «no agresión real».
Según este estudio, los perros establecen sus relaciones de forma binaria, mediante:
- La comunicación aprendida para la estabilidad de sus colinas.
- El aprendizaje. El historial de aprendizaje de cada animal determina cómo puede actuar con el sistema y qué aptitudes tendrá, lo cual es crucial para su supervivencia.
¿Colinas? Sí, así describe Semyonova la posición en la que el perro se encuentra, en lo alto de una colina compuesta por las cosas que necesita. Cada uno la suya.
Los perros son capaces de permitir en un momento dado que otro can «ocupe» parte de su colina sin ningún tipo de agresión, nada de dominación ni sumisión. Simplemente el hecho de tener sus necesidades cubiertas hace que no le resulte un problema que otro individuo, que sí lo necesita, pueda hacer uso de su colina.
Dicho así parece un cuento para niños, pero lo cierto es que la teoría del más dominante no deja de ser más que un cuento para adultos…
Los perros conviven en armonía
Volviendo al punto 4 anteriormente citado, los perros basan sus relaciones en la armonía, no en la agresión. Muchos perros se tornan agresivos por la propia influencia del ser humano, que sin tener idea de las necesidades y los comportamientos de los perros, actúan incitando al animal a reaccionar de manera agresiva o violenta, sin quererlo en la gran mayoría de los casos.
Pero no solo por eso un perro puede resultar agresivo:
- Miedos o inseguridades: Cuando un perro tiene miedo o inseguridad tiene dos opciones: atacar o huir. Si el perro se ve acorralado, atacará para eliminar el estímulo que le resulta peligroso.
- Pérdida de algo que necesitan: Si como hablábamos anteriormente, un perro ve peligrar algo de su colina que necesita y de lo que no puede prescindir, atacará para protegerlo.
- Dolor: Si su integridad física corre peligro o si hay un estímulo que puede crear o aumentar ese dolor, el perro puede mostrarse agresivo para evitarlo.
Al margen de esto, los perros establecen sus propios grupos (la familia, el grupo del parque, el de los fines de semana, los de la casa de la playa…) y en cada uno de ellos desempeñan un rol determinado, respetado por el resto, sin jerarquías ni dominaciones. Simplemente son una parte más, necesaria para la composición del grupo.
Menos dominancia y más confianza
Hecha la aclaración, tiene mucho más sentido establecer con el perro una relación de confianza y no de jerarquía a la espera de que comience la lucha para determinar si tú o el peludo sois los líderes de la manada. Tanto nos han metido en la cabeza sobre la dominancia (ojo, porque no se conocía otra cosa y la ciencia no había llegado a más), que pensar que podemos tener una relación en paz con nuestro perrete y enseñarle cosas, muchas cosas ya sean de entrenamiento como de mera convivencia, de una manera tranquila, positiva y apoyada en la confianza plena, parece ciencia ficción. Pero sabes qué… ¡es posible! Porque si no lo fuera, seríamos muchos (cada vez más) los adiestradores que tiraríamos la toalla, negándonos a infringir daño o miedo al animal con el objetivo de conseguir que haga lo que le exigimos. Nada de exigir, nada de daño, nada de miedos y por supuesto nada de tener un perro sumiso esperando la agresión de su líder.
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