Con frecuencia la gente confunde enseñar con aplicar técnicas coercitivas a los perros. Demasidas técnicas dañinas para el animal que podemos ver en la televisión y que por supuesto están en boca de todo el mundo cuando vamos a un parque, e incluso cuando nos topamos con gente que ni siquiera tiene perros.
Está comúnmente aceptado que a los perros hay que enseñarlos con el adiestramiento tradicional, y ante la menor duda, lo más «sensato» es que se nos escape la mano, y, si la situación lo requiere, con algo más de brío que de costumbre.
Continuamente se confunde la forma de educar a las personas con la forma de educar a los perros, pero sin embargo, aunque nos parece una aberración imponer nuestras ideas por la fuerza con otras personas o pegarnos entre nosotros o a los niños cuando las cosas no las hacen como se pretende, no extrapolamos tan bien este concepto a la hora de poder pegar, chillar, asustar o maltratar a un perro. ¿Por qué? Pues porque «es lo que hay que hacer» o simplemente por el desconocimiento o la impunidad que existe cuando estas atrocidades ocurren.
La enseñanza del palo se extinguió de nuestra sociedad (al menos oficialmente) hace muchos años, y profesores, padres y educadores en general, tuvieron que hacer un esfuerzo importante por establecer unas pautas de comportamiento que conllevaran una actuación alejada de la violencia. Este esfuerzo no se quiere realizar con los perros, con los animales en general, y se toma una vía rápida para salvar el momento (un ladrido, un gruñido, una pelea, un ejercicio que no se realiza bien…) sin pensar en las consecuencias para el perro.
Pero esto no ocurre solo a nivel particular. Los profesionales que trabajan con perros también realizan atrocidades, y no pocas. Quienes deberían proteger más y cuidar mejor a los perros con los que trabajan, con frecuencia recurren a «lo que funciona» sin tomarse la molestia de pensar más allá. Y lo que funciona es temporal e inexacto, pero salva determinadas situaciones y, si al cabo de unos meses el perro no da para más, entonces deja de servir y es sustituido.
En casa no podemos sustituir así de fácilmente un perro, principalmente porque no es un animal de trabajo y es una mascota, una parte de nuestra familia o un amigo. Y por ello cantidad de gente se aventura a educar por la fuerza comportamientos que se les van de las manos, en lugar de pararse a pensar por un momento lo que están haciendo y las necesidades del can con el que están ejerciendo esas acciones.
Un perro con miedo no es un perro educado, es un perro aterrado. Y esto significa que cuando tenga otra salida, su comportamiento no será fiable. Cuando es el miedo el que gobierna las acciones de un perro no podemos exigir que piense, que decida cuál es el comportamiento que debe tomar, sino simplemente que actúe para salvaguardar su integridad física. Y no hace falta maltratar hasta la extenuación a un perro para considerar que está siendo maltratado, no. Cualquier comunicación que hagamos con un perro basada en la fuerza o en la posibilidad de ejercerla para que el animal haga lo que le pedimos, es ya maltrato, que como ocurre con las personas, puede ser psicológico también.
El adiestramiento debe ser una vía para enseñar al perro a comportarse, a hacer trucos, a trabajar con o para nosotros… pero no se justifica ninguna necesidad con el hecho de hacerle daño. Y si alguna vez tienes dudas, imagínate que es una persona. ¿Acaso por ser diferentes especies tienen menor derecho a que les tratemos con respeto?
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