Quienes me conocen saben que puedo llegar a ser muy persistente en esto…: ¡no tires de la correa!
Y es que el hecho de que nuestro perro tenga la obligación de llevar correa, hace que la usemos… pero de forma inadecuada.
Quienes me conocen saben que puedo llegar a ser muy persistente en esto…: ¡no tires de la correa!
Y es que el hecho de que nuestro perro tenga la obligación de llevar correa, hace que la usemos… pero de forma inadecuada.
En una de las clases grupales de esta semana ha surgido un tema que me parece interesante compartir, y es que, como casi todo en la vida, nuestras acciones en el comportamiento que queremos conseguir de nuestro perro, se basan en tener unas prioridades claras para poder actuar en consecuencia.
Acude a mí bastante gente preocupada por «la forma correcta» de hacer las cosas.
A todos nos encantan las recetas milagrosas que harán de nuestros perros los más listos, los más obedientes y los más mejores… y cuando buscas una respuesta clara e inequívoca, con frecuencia te frustrarás al saber que no la hay, en una gran mayoría de las ocasiones.
Los cursos para ser educador/a canino/a proliferan por todas partes. Una vez que estás en el mundillo y conoces personalmente o sigues los pasos de los profesionales que lo imparten, es sencillo separar «el grano de la paja«, pero cuando comienzas a introducirte, es complicado diferenciarlo.
Por eso este artículo no pretende dar soluciones concretas con nombres y apellidos, pero sí aportar algunas pinceladas sobre las que reflexionar antes de dar el paso.
En realidad las etiquetas son algo de lo que intento huir, pero es difícil escapar de ellas cuando continuamente aparece la pregunta «¿y tú trabajas en positivo?»
La verdad es que creo que hago mucho más que trabajar en el llamado «adiestramiento en positivo». Si bien comercialmente hablar de adiestramiento en positivo queda fenomenal, a pesar de que creo que el término tiene controversia y de que, cualquier profesional que entregue comida al perro ya se dice estar educando en positivo, con lo que esta etiqueta se ha degradado bastante.
Cuando hablamos de humanizar a los perros no deberíamos referirnos a que tengan la posibilidad de dormir en nuestra cama o comer nuestra comida. Humanizarlos es actuar con ellos como si no fueran perros, si no humanos, y aún peor, pensar que eternamente son humanos de muy corta edad, siempre cachorros porque sus juegos y en definitiva su neotenia nos despistan… y además, porque en ocasiones nos encanta pensar que lo son.
Y es verdad… hay cantidad de perros que únicamente hacen lo que se les pide porque tienen un trozo de salchicha delante y saben que sentarse o quedarse tumbados tiene premio…
Cuando enseñamos a un perro con comida no pretendemos que éste sea nuestro final. La comida es únicamente un medio para conseguir la educación del perro. La comida es la motivación para captar atención, para ayudar a realizar un ejercicio (físicamente) concreto, o para reforzar una conducta determinada. La comida no es la tasa que hay que pagar cada vez que el perro responde a nuestras peticiones.
Desde que la Comunidad de Madrid publicase el día 22 de julio del año pasado en el BOCM la LEY 4/2016, que por otro lado hay que «coger con pinzas», se generó una creciente ola de frustración y negación de determinados «profesionales» a los que parece que les falta el aire, más ahora que el 10 de febrero entró en vigor. «Si no puedo utilizar estas herramientas como el collar eléctrico para perros para trabajar, ¿cómo lo hago?«
Parece que en las protectoras no hay lugar para un trabajo concienzudo, y algunas personas tienen la sensación de que coger a un perro de «estos lugares» va a ser un problema porque los perros están alimentados, en ocasiones aseados y poco más… Pero la realidad es otra en algunas de ellas.
Hay personas muy involucradas y concienciadas con la necesidad de que los perros tengan momentos de juego, pero también de relajación, de estimulación cognitiva, de socialización…
Hoy os hablo de Zar, un perro que aún sigue en la protectora de CICAM Majadahonda y que es un perro muy especial.
Cuando adoptamos un perro tenemos la necesidad de sacarle de la protectora o el albergue lo antes posible… y con toda la razón. Sin embargo, no sólo hay que contar con la rapidez de tenerlo en casa con nosotros, sino que debemos planificar el mejor momento de traerlo a casa.
Las vacaciones son una fantástica oportunidad para comenzar a compartir tu vida con un perro adoptado, siempre y cuando el tiempo que tengas lo inviertas casi en exclusiva al recién llegado. Hacer un viaje largo en el coche a la playa o la montaña, cambiarle de aquí para allá sin que tenga claro cuál es su lugar o volverle loco con visitas, prisas o una completa falta de rutina, no le ayudará a sentirse «en casa» ni a sentirse cómodo.