Hoy me apetece hablar sobre una norma que he tomado como básica en el último curso que he hecho… Y no es algo que sea nuevo, pero a veces aunque las cosas las sepas y estén rondando por tu cabeza un tiempo, hace falta un empujón para que entren definitivamente a formar parte de las rutinas de trabajo.
¿No te ha pasado nunca que has interpretado algo que luego era incorrecto?
Ya venía con la idea bastante clara de que muchos de mis clientes ponen etiquetas a sus perros, muchas veces sin motivo real, aunque así pueda parecerles a ellos…: «mi perro es malo«, «mi perro es dominante«… y esa etiqueta poco a poco se va convirtiendo en una losa que el animal llevará siempre a cuestas, independientemente de lo que haga y de cómo se comporte. ¿Cambiamos el chip?
¿Qué es observar?
Examinar atentamente, mirar con atención, reparar, advertir… Es decir, escudriñar (¡y registrar!) cada respuesta del animal atendiendo a lo que vemos. Porque lo que vemos es lo que hay, (¿seguro?), y lo que pensamos que puede haber pero no vemos, está sólo en nuestra imaginación, sea realidad o no. Y claro está que con la experiencia podemos dibujar un perfil de deseos o sensaciones de los peludos, pero volver a la simpleza de la observación de respuestas nos hace caminar sobre seguro.
Y realmente es difícil no hacer una composición de lugar partiendo precisamente de experiencia (propia o ajena) para intentar atajar comportamientos caninos que vuelven locos y complican la vida a muchas familias, pero a veces es precisamente la observación y la sencillez la que nos lleva mucho más lejos en menos tiempo.
¿Qué es interpretar?
Explicar o declarar el sentido de algo, concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad… y es exactamente eso lo que nos pierde, hacerlo a nuestro modo. En vez de pararnos a observar, observar y observar, nos resulta mucho más sencillo echar una primera mirada para determinar, mucho mejor si es delante del cliente, qué le ocurre al perro y cuál es el tratamiento que hay que seguir… ¡sin duda!
Y es que a veces la pregunta de «¿qué está pensando el perro?» es completamente irrelevante. No nos hace falta saber qué piensa, sino qué hace. Si el pensamiento no lleva a ninguna acción concreta no tiene validez para el entrenamiento (ojo, que la inacción es ya una acción por sí misma…) y si lleva a alguna acción es precisamente esta la que tendremos que reforzar o intentar modificar. Así que, aunque ya es respuesta bastante habitual en las sesiones y clases grupales, sé que va cogiendo más fuerza eso de contestar «No tengo ni idea» cuando alguna persona me pregunta por lo que siente o piensa en un momento dado su compañero de 4 patas.
Después de una interpretación…
Y nada pasaría si en un momento dado interpretamos un comportamiento si eso no conllevara una auténtica cárcel para enfocar la forma en la que vamos a trabajar con un perro. Si pudiéramos interpretar con la misma facilidad que cambiar nuestras interpretaciones, este artículo no tendría ningún sentido. Pero la realidad es que una vez que emitimos un juicio, las demás opciones desaparecen de la baraja y nos quedamos con la obcecación, con un carril de un solo sentido, con una verdad absoluta que costará ser desterrada mucho, mucho trabajo. Y durante todo ese trabajo habremos estado tratando con un perro, respondiendo de una forma u otra a nuestras indicaciones y planteamientos de trabajo de una manera que probablemente no hayamos captado en su totalidad.
Al final la interpretación se convierte en prejuicios que van pasando de sesión en sesión, y quizá un día valorando los datos nos demos cuenta del tiempo que hemos perdido intentando cambiar algo para lo que el perrete no estaba siquiera respondiendo…
Un gran mundo este del entrenamiento canino… Una pasión que a cada paso aprieta un poquito más las tuercas de mi cabeza, haciendo que todo cobre un poquito más de sentido cada vez.
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