¿Te has preguntado alguna vez cómo sería vivir en un mundo donde constantemente presuponen que no te comportarás adecuadamente, incluso sin darte la oportunidad de demostrar lo contrario? Descubre la impactante historia de una perra y su humana, llena de etiquetas estereotipadas, falta de empatía y comunicación.
Acompáñame en esta reflexión que demuestra que la necesidad de comunicar y ser entendido trasciende a la raza humana, y que el respeto y la empatía son valores universales.
Prólogo
Hace unos días me encontré en un parque a una perra con su humana, y la interacción con ellas me dejó pensativa y desolada. No es una historia poco frecuente, ni la primera vez que lo presencié, a pesar de que me acerco a pocos parques con mis perras.
Sentada con Luna en un banco del parque, oí llegar a una persona con su perra, suelta. Oí, porque ya desde lejos se escuchaban palabras en voz incómodamente determinante, pidiendo a la perra que no se acercara así, que fuera despacio, que así no…
Evidentemente me sobresalté y me puse en alerta para controlar la situación y salvaguardar el bienestar de Luna. Lo que vi, fue a una perra insegura, acercarse con cierta tensión, que Luna entendió y aceptó perfectamente.
Desarrollo
En este momento en el que las perras se están conociendo, no sin tensión, relativamente normal, pero entendiéndose, la mujer, que continúa diciéndole a su compañera canina lo mal que lo estaba haciendo todo, la gira con ambas manos mientras dice: «deja que te huela, así«, dejando el trasero de la perra cerca de la trufa de Luna.
En ese momento doy un brinco y me aparto, atrayendo a Luna hacia mí para que se aleje de tan humillante situación. Luna, me ayuda en la gestión, y viene conmigo. En mi afán por hacer ver a mujer que estaba incómoda con la situación, exclamé: «No hagas eso, por dios«.
La mujer comenzó a explicarme que tenía que ser así, para poder dejarse oler. Eso era lo que debía hacer. Soltó a la perra, que llegó a Luna con mucha más tensión, olfateó un poquito, y se marchó, no sin antes dar un ladrido de enfado dirigido a mi perra. ¡Justo lo que la mujer necesitaba para reprenderme con un «¿Ves? Esto es justo lo que no quería que pasase«! Y continuó: «el etólogo me ha dicho que no puede ladrar«.
Desenlace
Respirando hondo lo dejé pasar, pues bien sé que no hay aprendizaje si la individua no tiene interés. Y no, no lo tenía. Con fingida cordialidad, ella continuó andando y yo volví a sentarme.
Reflexiones
Enseguida me llegó un paralelismo humano de lo que había pasado, que aproveché para contarle a la persona con la que compartía mi mañana.
Y es que, pensé en alto:
- Imagina vivir con alguien que continuamente presupone que no vas a comportarte de manera adecuada, aún incluso cuando no has tenido la ocasión de demostrarlo.
- Continuamente un «qué mal lo haces» al que con frecuencia no das importancia, pero que de vez en cuando, te tensa.
- Incluso en situaciones difíciles para ti, que afrontas lo mejor que puedes (¡y mucho mejor de lo que te reconocen!). En esos momentos de gestión del mundo, aún más tensión externa a tu propia inseguridad.
- Piensa en cómo sería que no quieras mostrar todas tus cartas, que te guardes cierta información que consideras valiosa y poco adecuada para que alguien a quien estás conociendo y cuya presencia te incomoda, la sepa; y sin embargo te obliguen, por fuerza física, a darte a conocer sin posibilidad de rechistar.
- Recrea una situación en donde además, protestes por lo ocurrido, y lejos de escucharte o comprenderte, te condenen, te repriman tu comunicación.
- Y por último, concibe un profesional que entienda que ayudarte con la gestión del entorno y/o de tus congéneres, signifique que no puedes expresar cómo te sientes. Su receta es que hagas lo que «se supone» que tienes que hacer. Lo que «se supone» que todo el mundo hace. Esto, suponiendo que sea lo que el profesional ha dicho, y no lo que otra persona ha entendido…
Y esto que es tan terrible pensado para una persona, es igual de terrible pensado para una perra. Y sí, hay cosas que no podemos equiparar de la humanidad y de otros animales, pero esta no es una de ellas. La necesidad de comunicar y de ser entendida, va mucho más allá de la raza humana. Y el respeto… el respeto y la empatía, también.
Esta desoladora historia de falta de empatía y comunicación nos invita a reflexionar sobre nuestras interacciones con los animales y entre nosotros mismos. ¿Has presenciado alguna situación similar? ¿Qué opinas sobre la importancia de la comunicación y el respeto en nuestras relaciones con los demás seres vivos?
Comparte tus pensamientos y experiencias en los comentarios y ayúdanos a difundir este mensaje de conciencia y empatía. Juntos podemos construir un mundo donde todos, sin importar nuestra especie, seamos comprendidos y tratados con respeto. ¡Comparte este artículo para crear conciencia y marcar la diferencia en la vida de los animales y las personas que nos rodean!
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